jeudi 12 juillet 2007

+ MIS LECTURAS - 8

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ACABO DE LEER:

Un clavo en el corazón, Paulo José Miranda (Portugal, 1965). Editorial Periférica, 2007. Edición cuidada y bien presentada, en grueso papel de calidad.

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La trama de la novela es una larga carta dirigida por Tiago da Silva Pereira a su amigo Cesário Verde, conocido poeta portugués que moriría de tuberculosis en 1886 con poco más de treinta años.

Es un libro profundo que ignoro si gustará a todos los lectores. Quizás más a los poetas. Es una larga carta que habla sobre casi todo, pero de casi nada de lo que le pedía su amigo (sobre sus poemas). El autor de la carta tiene una sólida base filosófica, tanta como para citarnos con intención las teorías de Platón, Aristóteles, Nietzche, decantándose claramente por las escuelas filosóficas griega y alemana sobre otras, influenciado quizás por sus conocimientos de buen nivel de ambas lenguas. Se enzarza en argumentos filosóficos sobre la Sabiduría y la Belleza y el Arte y la Vida y la Muerte y la Soledad y la Metafísica y la Moral y la Poesía… Se advierte en Silva, el protagonista principal de la novela, a un hombre culto, buen conocedor de la literatura de su país, poesía fundamentalmente, que como todo buen filósofo sabe esgrimir razones que conoce son de peso para ‘aclarar’ situaciones, símbolos, estilo poético, en definitiva, toda la dinámica del proceso creativo.

Es indudable que Silva es escritor, o merecería serlo, porque su larga epístola es una carta literaria, bella, aunque en ella se presente como lector y a su amigo, destinatario, como persona antes que poeta. Poeta y lector. Lector y escritor, una simbiosis permanente, sin la cual la Literatura, la novela, el cuento, el relato, no tendrían razón de ser.

Tiene muchas perlas la carta. Algunas:

‘Leer, Cesário mío, leer es lo que me queda, y no es poco si lo sé hacer. No me cansaré de repetir, antes un buen lector que un mal poeta o un mal traductor.’

‘Lo que un hombre común llama amor, no pasa de ser un contrato miedoso firmado con el otro a causa de la soledad. Y la soledad conduce al poeta mucho más lejos que a cualquier otro, lo lleva a la realidad.’.

‘Con la palabra vida los griegos fueron más exigentes, les condujo a la contemplación y al sentido común, el término medio o la justa medida’.

‘A las mujeres no les gustan los hombres, los utilizan para gustarse a sí mismas. La mujer no desea el amor de un hombre, sino devorar su ser’. (Hay que entender que esto lo dice dirigiéndose a su buen amigo poeta que está perdidamente enamorado de la hermana del emisor de la carta, no viéndose correspondido por aquélla, por lo que cabe deducir que está ‘consolando’ al amigo).

‘En el fondo, vistas de cerca, por dentro, todas las mujeres son diosas arrugadas, y todos los hombres que les dan el brazo, vanidosos.’.

‘Leer un libro conduce a dos muertes: la del final del tiempo que tardé en leerlo, el final del tiempo que el autor tardó en escribirlo’.

Tanto el autor como el destinatario de la carta viven hacia finales del siglo XIX, en una época en que el Romanticismo acaba de pasar (se desarrolló fundamentalmente durante la primera mitad del siglo XIX), pero todavía les llegan ramalazos de ese movimiento cultural y político. Debido a su concepción filosófica del mundo el autor de la misiva rechaza ‘la pasión por la muerte y el exagerado fervor religioso de los románticos’, inclinándose claramente por el Realismo, ya de actualidad en sus días (movimiento que tuvo su desarrollo en la segunda mitad del siglo XIX).

Es un buen libro, sin duda, con el que disfrutas leyendo, pero que veo quizás excesivamente profundo para el lector medio que me temo preferirá otro tipo de novela o relato. Me ha recordado, también por su forma epistolar, el libro ‘Desde mi celda – Cartas literarias’, de Gustavo Adolfo Bécquer, nueve cartas escritas sobre las mismas fechas que la que es objeto de este libro que estamos comentando, dirigidas a amigos desde el monasterio de Veruela, más literarias y menos filosóficas que la de Tiago da Silva a su amigo poeta.

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LEERÉ PRÓXIMAMENTE:

Caso Karen, José Ángel Mañas (Madrid, 1971) y
La otra ciudad, de Pablo Aranda (Málaga, 1968).
La higuera, de Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923).
Alianzas duraderas, de Cristina Cerrada (Madrid, 1970).

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