dimanche 18 novembre 2007

+ LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES

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No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido.
Había esta habitación, de unos cuatro metros cuadrados, y la habitación contigua, pero al parecer no había más habitaciones en el piso superior; y como la planta baja resultaba demasiado reducida para alojar huéspedes, el lugar apenas podía llamarse una posada. Probablemente porque su secreto no lo permitía, el portal no ostentaba ningún letrero. Todo era silencio. Tras serle franqueado el portal cerrado con llave, el viejo Eguchi sólo había visto a la mujer con quien ahora estaba hablando. Era su primera visita. Ignoraba si se trataba de la propietaria o de una criada. Era mejor no hacer preguntas.

Eguchi estaba un poco sorprendido. ¿Cuándo había entrado la muchacha en la habitación contigua? ¿Desde cuándo estaría dormida? ¿Acaso la mujer había abierto la puerta para asegurarse de que estaba dormida? Eguchi sabía por un viejo conocido que frecuentaba el lugar que habría una muchacha esperando, dormida, y que no se despertaría; pero ahora que se encontraba aquí parecía incapaz de creerlo.
–¿Dónde quiere desnudarse? –La mujer parecía dispuesta a ayudarle. Él guardó silencio–. Escuche las olas. Y el viento.
–¿Olas?
–Buenas noches –la mujer le dejó.
Una vez solo, Eguchi contempló la habitación, desnuda y sin artilugios. Su mirada se posó en la puerta de la habitación contigua. Era de cedro, de un metro de anchura. Parecía haber sido añadida después de la construcción de la casa. También la pared, si se examinaba bien, parecía un antiguo tabique corredizo, ahora tapado para formar la cámara secreta de las bellas durmientes. El color era igual que el de las otras paredes, pero parecía más reciente.
Eguchi cogió la llave. Después de hacerlo, debería haberse dirigido a la otra habitación; pero permaneció sentado. Lo que había dicho la mujer era cierto: las olas sonaban con violencia. Era como si rompieran contra un alto acantilado, y como si la pequeña casa estuviera en el mismo borde. El viento traía el sonido del invierno inminente, tal vez debido a la casa misma, tal vez debido a algo que había en el viejo Eguchi. No obstante, el calor del único brasero resultaba suficiente. El distrito era cálido. El viento no parecía barrer las hojas. Al haber llegado tarde, Eguchi no había visto en qué clase de paisaje se asentaba la casa; pero se notaba el olor del mar. El jardín era grande en relación con el tamaño de la casa, y contenía un número considerable de grandes pinos y arces. Las agujas de los pinos se perfilaban con fuerza contra el cielo. Probablemente la casa había sido una villa campestre.
Con la llave todavía en la mano, Eguchi encendió un cigarrillo. Dio una o dos chupadas y lo apagó; pero fumó otro hasta el final. No era tanto porque se estuviera ridiculizando a sí mismo por su ligera aprensión como por el hecho de sentir un vacío desagradable. Solía tomar un poco de whisky antes de acostarse. Tenía un sueño precario, con tendencia a las pesadillas.


(La casa de las bellas durmientes, Yasunari Kawabata, Noguer y Caralt Editores).

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Kawabata (1899-1972), escritor japonés, fue Premio Nobel de Literatura en 1968. Huérfano a los tres años, con una infancia solitaria que marcó profundamente su personalidad, insomne perpetuo, lector voraz, fue un solitario empedernido y finalmente se suicidó.
La soledad, la angustia ante la muerte, la búsqueda de la verdad y la atracción por la sicología femenina fueron los temas centrales de sus obras. Su prosa ha sido destacada por su delicadeza y su refinado lirismo.
Otras obras suyas son: La bailarina de Izu, El país de nieve, El Maestro de Go, Lo bello y lo triste,…

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-¿Creen que la novela La casa de las bellas durmientes de Kawabata puede ser una metáfora de la vejez, el amor y la muerte?
-¿Encuentran alguna similitud entre la novela de Kawabata, publicada en 1961, y Memoria de mis putas tristes (2004), de García Márquez?

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