dimanche 29 mars 2009

+ POETAS ESPAÑOLES (Ángela Reyes)

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Ángela Reyes nació en Jimena de la Frontera, Cádiz, en 1946. Es miembro fundadora de la Asociación Prometeo de Poesía, en la cual colabora desde 1980, y miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía y la Asociación "El Foro de la Encina".

Ha publicado tres novelas, cuentos, y diez poemarios.

- NARRATIVA:

Crónicas de un lirista naufragado (1991).
Morir en Troya (1999).
Adiós a las amazonas (2004).
Cuentos de la Arganzuela (2005).

-POESÍA:

Amaranta (1981).
La muerte olvidada (Madrid, 1984).
Labio de hormiga (en colaboración con Juan Ruiz de Torres, 1985).
Viaje a la Mañana (en colaboración con Juan Ruiz de Torres y Alfredo Villaverde, 1987).
Lázaro dudaba (1987).
Cartas a Ulises de una mujer que vive sola (1991).
Breviario para un recuerdo (1993).
Carméndula (2000).

-PREMIOS:

1986: Premio de Poesía San Lesmes (Burgos).
1991: Premio de Poesía Villa La Roda (La Roda).
1991: Premio de Poesía Leonor (Soria).
1994: Premio de Poesía Vicente Gaos, (Valencia).
1999: Premio de narrativa Juan Pablo Forner, (Mérida, Badajoz).
2000: Premio de Poesía Blas de Otero (Majadahonda, Madrid).

Una muestra de su poesía:

AHORA QUE TE HAS IDO
no merece la pena
que vaya junto al biombo a desnudarme,
¬que intencionadamente asome
la pierna tras el raso
ni que en la almohada ponga
una pizca de ajenjo
para excitar la noche.

Ahora que te has ido
La luz se desvanece entre mis iris
y aquí, cerca del vientre,
donde solías desmayar los gozos y el cansancio,
la soledad levanta un puerto
en donde arriban las naves
heridas por carcoma de la pena.


***

ESTÁ MI TIEMPO ACOMODADO
entre el amor y el desaliento.
Cada día,
con la memoria más pequeña
y la mirada más pendiente de la mar,
atiendo la gangrena de esta casa
que se me muere
por donde ayer solíamos
entrecruzar las velas de la carne.

Ya no rezo,
no corrijo la arruga que va del labio al alma,
ni me sorprende si la mano izquierda enloquecida parte
allá donde declinan las palomas.
Todo está por hacer:
desde morir
hasta plegar tu traje que de tanta quietud
se queja de la nuca.
Todo viene bajando por mi espalda
como río que parte hacia lo oscuro,
y quedo sola
sin la vejez de tus zapatos,
sin el olor a sal de tus axilas,
sin tu abrigo muriendo en el perchero.
Quedo sola,
como mujer de la fotografía,
con la raya del pelo bien trazada,
la blusa haciendo frente al tiempo-sepia
y en los párpados,
y en la boca,
dolorida la música que cantan los ausentes.


***

LA TARDE QUE MURIÓ LA NIÑA AZUL
el otoño rozó el bronce de la aldaba.
Quemaba el aire
como beso de novio a punto de partir
y allá,
en ese sitio en donde octubre
le da a la uva su color de incendio,
un perro de testuz viajera
ladró con un sonido casi humano.
Era una tarde
que compartía la vejez con la orfandad de la retama
cuando murió la niña azul.
Su casa daba al mar
y el mar, desarraigando su posición yacente,
llegó tal un muchacho
y le besó en la boca conocida.
Luego,
con ánimo de ir donde ella fuera,
enlutecióse
y no se hizo otra cosa
más que delta viril
que buscaba refugio en su pálido cuello.

(Nada me asusta tanto
como cerrar los ojos
y verlos replegados bajo la misma piel,
yéndose de la mano
para heredar la última sonrisa).


***

EL VERANO ANTERIOR,
Josefina Manresa había comprado
unos metros de encaje de bolillos
y un frasco de almendrado aceite que suavizaba el agua.
Aprendió a empequeñecerse el talle
desde que oyó decir
que por una cintura desvalida
trepaba fácilmente la pasión.

En marzo nueve,
ella había cosido dos diminutos lirios de organdí
en el extremo de sus ligas.
Y en una alcoba no lejana
su camisón de muselina
estaba amaestrado para desabrocharse fácilmente,
para caer rendido al suelo
lleno de pliegues.
También la blusa, y el chaquetón de pana,
y hasta las medias de algodón, sabían
que aquella noche
dormirían mirando a la pared,
apenas se iniciara la más dulce tormenta
bajo la colcha rosa pálido.


***

HAY MUJERES QUE NUNCA SE ASOMARON
a los ojos de un hombre
y viven
sin conocer al ángel-gladiador
que, espada en mano, habita
en la planicie gris de la mirada.
Yo conozco a tu ángel, recolector de menta.
Lo vi en esa noche única,
en una noche que vivirla quisimos otras veces
para enjuagarnos tanta pesadumbre.
Incontenible es su odio
cuando me acerco a ti.
Se alza de tus profundas nieves
para punzarme el vientre,
para clavarme su aguijón más dulce que las moras.
Luego se aleja atesorando heridas,
sabiéndose invencible,
rechazando los haces de carméndulas
que de siempre le ofrezco.

Muérame
si nunca más he de besarte,
si no puedo sorber
la música que llevas en los labios.
Muérame mientras te amo,
aunque su estoque
seccione en dos la yema de mi ombligo
y rueden por la colcha mis lunares gemelos,
y la melaza de mi sangre caiga
mojándole las alas.
Muérame
si no te llamo
con cuatro golpes de agonía,
cuando tu plenitud me colme
y le ángel se adelante por mi preciosa hondura
a más velocidad que el alba horada los postigos.


***

ELLA FUE LA SEÑORA DE LA NOCHE,
la que tasaba al hombre y le medía
el crepúsculo rojo de su vientre
y el sube-y-baja-mar de su entrepierna.
Ella, tan linda,
tuvo todos los hombres que pariera la luna,
y los que dio la tierra.
También los que escupió la mar,
y a los que el tren dejó olvidados
en medio de la noche tan llena de amargura.
A todos ellos tuvo entre sus brazos
entre sus piernas solitarias,
muy dentro de sus medias,
al final del corpiño, donde la luz es grande.
Los tuvo sobre el beso, sobre el pubis,
junto a su cuello de algodón tostado.
A todos poseyó,
y nunca por amor, ni por dinero,
sino por compartir el pan redondo de la risa
y el migajón de la ternura.
Ahora es la vieja del recuerdo
y cría cabras en isla Perejil.
Aquel cordón de seda verde,
que sus amantes
varias vueltas liaban en su talle,
hoy es cuerda que con el cubo va al aljibe,
buscando agua fresca,
cuando la soledad se le acurruca
como un perro en la niña de sus ojos.


***

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